“The study of intellectual history in modern China is tantamount to the study of intellectuals involved in the major political issues of their time”[1].
Así es como Merle Goldman expresa la implicación de los intelectuales chinos en el período de transformación del país hacia una China moderna. Si repasamos la manera en que los intelectuales chinos han contribuido a crear una nueva China, se puede afirmar que Goldman está en lo cierto. El proceso revolucionario de la China moderna no podría explicarse ni entenderse sin tener en cuenta el papel que los intelectuales han desarrollado a lo largo de los dos últimos siglos. Su grado de implicación y de repercusión no es homogéneo en todos los períodos, pero el punto de partida ha sido siempre el mismo: como los principales catalizadores de las demandas de los cambios políticos y sociales, buscaban deliberadamente influir en el futuro del país, unas veces movidos por su propia convicción y por un agudizado sentido del deber, mientras que otras, como una pura protesta y rechazo a las propuestas y acciones del gobierno chino. En cualquier caso, en gran parte de los casos, el precio que tuvieron que pagar por su “misión” fue el de convertirse en los principales blancos sobre los que aplicar las mayores represiones. Si bien esto fue una constante a lo largo de todo el período, se convirtió en especialmente alarmante a partir del triunfo del comunismo y, en especial, durante la Revolución Cultural.
Antes de proceder a analizar el papel de este colectivo, convendría detenerse en puntualizar brevemente la estrecha relación que han mantenido tradicionalmente los intelectuales con el Estado para poder entender su capacidad de influencia. Dada la ortodoxia confuciana que se ha respirado en largos períodos de la cronología política de China, los intelectuales han sido considerados históricamente como personajes clave en el mandarinato administrativo del país, esos “hidalgos” que tienen la virtud de ser viento y soplar encima de la “hierba” para que deje de ser estática[1]. Esta relación de dependencia con el Estado podría calificarse de “bilateralidad asimétrica” porque existía una implicación e influencia por ambas partes (honor a cambio de lealtad) aunque el poder recalaba en última instancia en el Estado.
Dicho esto, y situándonos en la China del siglo XIX, cabe mencionar que éste es el período en que se dan los primeros pasos de transformación del país hacia una China moderna. La voluntad de los intelectuales en influir en la vida política del país, se hace manifiesta a través del soporte de éstos al movimiento revolucionario que luchaba contra el imperialismo, como un intento de marcar un perfil propio mostrando al gobierno que, más allá de su capacidad crítica, acompañarían al Estado en la lucha antiimperialista. Las crisis sociopolíticas del momento incitaron a los intelectuales que, “con la convicción de que tenían el deber de dirigir a la dinastía hacia la reforma”[2], solicitaron al gobierno cambios políticos e institucionales de modernización que permitieran al país hacer frente a las grandes potencias del momento en igual de condiciones, a la vez que buscaban crear una opinión pública y poder presionar al gobierno a través de un movimiento social. El sistema político chino, basado en una reticencia contra la apertura hacia el exterior hacía de China un país retrasado con respecto a los grandes actores internacionales del momento, con lo que los intelectuales de la época “preconizaban la necesidad de una tímida reforma política”[3]. Ésta cristalizó en la Revolución de los Cien Días (1895), donde se promovieron toda una serie de medidas reformistas por parte del imperio; lo que inicialmente parecía otorgar un gran triunfo a los intelectuales y marcar el establecimiento de una fuerte relación entre éstos y la Dinastía imperial, pronto evidenció que el intento de reforma fue un fracaso, dando el pistoletazo de salida a nuevos intentos revolucionarios. Gracias a la persistencia de estos intelectuales frustrados, se creó el ambiente ideal para llevar a cabo una nueva revolución (1911) que pondría fin a la China imperial e instauraría un gobierno republicano. Sin embargo, este activismo intelectual no podía imaginar que el nuevo régimen dictatorial les excluiría de la estructura del poder social y político, poniendo fin a la bilateralidad asimétrica.
Relegados de su privilegio social y de la influencia directa en los círculos de poder político, los intelectuales se centraron en aspectos culturales que les abrieran un nuevo espacio social. Continuaron manteniendo un espíritu de reflexión y crítica que les permitía, además, analizar el por qué del fracaso de la revolución y los problemas de fondo del país. El cambio de estatus del grupo intelectual produjo un mayor acercamiento e influencia entre la sociedad. Se pasó de un elitismo asocial a una mayor sociabilidad, si bien seguían conservando su espíritu elitista. Promulgaban nuevos valores originando nuevas formas de relaciones sociales que permitían ampliar los radios de influencia, con lo que se produce un cambio sustancial en la consciencia social de los intelectuales: necesitan contar con una amplia base social indispensable para llevar a cabo sus planes reformistas, entre ellos, la creación de partidos políticos como estandartes de su nueva aventura política de poner en práctica sus iniciativas parlamentarias, y de entre los cuales destaca el Partido Comunista, ese “pequeño grupo político fundado en 1921 por unos pocos intelectuales preocupados por organizar y desarrollar la acción obrera”[4]. A partir de ese momento, los intelectuales son utilizados por los diferentes partidos, especialmente el Comunista, a fin de conseguir sus objetivos políticos y provocando una división del colectivo debido a la diferente militancia de sus miembros; esta escisión originó una pérdida de poder social.
Mao Zedong, dirigente de tradición intelectual, se mostró especialmente severo con el colectivo intelectual: muchos abandonaron el país debido al nuevo régimen, mientras que los que se quedaron lo hicieron bajo el convencimiento de que podrían reconstruir China desde dentro del nuevo orden, ya que por fin habían conseguido su meta de conseguir una China fuerte como Estado; paradójicamente, no contaban con que ese poder se rebelaría contra ellos. Los intelectuales iban perdiendo posición social, prestigio y capacidad de influencia, pero fue la Gran Revolución Cultural (1966-76) la que hundió al colectivo a su época más oscura, en tanto que “los intelectuales considerados como oportunistas fueron sometidos a vejaciones”[5]. Éste supuso el período de máxima represión política, cuyo fin era imponer una esfera cultural única y homogénea. Por primera vez, existía de forma tangible una imposibilidad de influir ni política ni socialmente: habían quedado arrinconados y sólo podían obedecer y actuar en pro del régimen, sin posibilidad de crítica ni oposición.
Fue en los años 80, bajo el mandato de Deng Xiaoping, que los intelectuales volvieron a la escena política. No obstante, esta recuperación de los intelectuales fue fruto de una voluntad por parte del gobierno para lograr sus fines, más que un triunfo de la lucha del colectivo. Ahora más que nunca los intelectuales dependían del Estado -que ejercía un fuerte control-; la acción de influencia era limitada y se centraba básicamente en aspectos sociales. Aún así, florecieron nuevos análisis políticos coincidiendo con la etapa intelectual más abierta del siglo XX: se manifestó la necesidad de democratizar el país para avanzar. Coincide, además, que el crecimiento desigual de la sociedad china marcó grandes diferencias sociales y empezaron a producirse reivindicaciones. Los intelectuales se unieron con los estudiantes para dar voz al descontento de la sociedad y centraron sus objetivos, nuevamente, en abogar por un Estado fuerte y por la modernización política, en definitiva, por el nacionalismo y la democracia. La respuesta del gobierno fue contundente: la fuerte represión estudiantil de la plaza de Tiananmen (1989) sirvió para recordar a los intelectuales que su misión era estar al servicio del Partido y no contra él.
Desde entonces, todo el poder político lo concentró el Partido. Los intelectuales han perdido el espíritu de revuelta y se centran más en los retos sociales que tendrá que afrontar China en el siglo XXI, dejando en un forzado segundo plano el activismo político. No significa que los intelectuales hayan dejado de ser críticos o que no estén descontentos con el régimen, simplemente se manifiestan desde otra óptica, conocedores de su obligado papel y de su escaso margen de maniobra dentro de la escena social. De todas maneras, si alguno sobrepasa el límite de lo permitido, la maquinaria del Estado ejerce su censura[6]. Como consecuencia de esta inclinación hacia temas sociales, ha surgido la figura del “intelectual público”, que dista mucho de los funcionarios académicos del siglo XIX con fuerte capacidad de influencia en las esferas del poder.
Como hemos podido ver, a pesar de las dificultades de cada periodo los intelectuales, en una especie de “darwinismo intelectual”, intentan buscar una posición que les permita tirar adelante sus reivindicaciones y sus ideas para construir el país que ellos anhelan. A pesar de las dificultades y de los cambios de dirección, este grupo se ha dotado de la capacidad de adaptación necesaria para poder sobrevivir.
[1] Metáfora en alusión a la analecta de Confucio “La virtud del hidalgo es viento, la virtud del villano, hierba. Cuando el viento sopla sobre la hierba, la doblega.” (XII-19), en la se expresa que aquel que es ilustre (el hidalgo) tiene la capacidad ejercer una influencia sobre aquellos que no lo son (la hierba) y sobre el curso de las cosas.
[2] VVAA. (2005). “Els intel·lectuals: La trajectòria de les idees a l’Àsia oriental dels segles XIX i XX” - Módulo 2 en Societat i cultura a lÀsia Oriental. Barcelona: UOC, p. 42.
[3] CEINOS, P. (2006). Historia breve de China. Madrid: Sílex, p. 296.
[4] GERNET, J. (2005). El mundo chino. Barcelona: Crítica, p. 563.
[5] “La Revolución Cultural China” en www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/3242.htm.
[6] Numerosos escritores de renombre de la talla de Bei Dao, el Premio Nobel de Literatura, Gao Xingjian, o el polémico Wang Shuo fueron condenados al exilio y/o fueron víctimas de una gran censura en China.
BIBLIOGRAFÍA
· CEINOS, P. (2006). Historia breve de China. Madrid: Sílex.
· CONFUCIO, Maestro Kong. (1997). Lun Yu Reflexiones y enseñanzas. Traducción del chino, introducción y notas de Anne-Hélène Suárez. Barcelona: Cairos.
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· PRADO, C. (2004). “Literatura xinesa moderna (II): Literatura de la República Popular de la Xina i literatura sinòfona” - Módulo 3 en Literatures de l'Àsia Oriental: segles XIX i XX. Barcelona: UOC.
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· XIN Fei. (21 Agosto 2008). “Los intelectuales chinos dan un paso al frente por la defensa de los derechos humanos”. La gran época. Disponible en:
www.lagranepoca.com/articles/2007/08/21/1102.html.
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