Entrada la década de los ochenta, la literatura coreana entra en una fase en que las producciones literarias dejan de tener una misión socio-política y estar dirigidas a un público comprometido[1], para dejar paso a una literatura renovada que permite adentrarse más en el interior de las personas y no tanto en las entrañas de la sociedad. Los autores de esta época no se aventuran a emitir juicios morales sobre las injusticias de la sociedad, sino que más bien dirigen sus escritos hacia aspectos que implican una fuerte carga psicológica[2]. Shin Kyoung-suuk es una escritora que inicia su trayectoria literaria en este contexto, por lo que es fácil encontrar en su obra personajes que viven sus propias tragedias y que son analizados y presentados al lector desde un punto de vista emocional. Un ejemplo de ello es “La historia de Mija”, un cuento publicado por primera vez en 1993 en una recopilación de relatos breves, Where the Harmonium Used to Stand. La historia relata el trayecto que realiza un hombre para ir a depositar las cenizas de su amante fallecida a su pueblo natal. A través de esta anécdota, se va tramando el hilo argumental de la narración. La autora nos presenta a un hombre abatido por la muerte de su pareja; la pérdida del ser querido le provoca un dolor profundo “mi corazón, ahora de luto amargo” (188), pero este sufrimiento no es debido a la pérdida del amor pasional, sino que más bien por el sentimiento de soledad que conlleva la desaparición de una persona con la que se establece una relación de dependencia “los dos queríamos (...) estar atados a algo” (184). El desconcierto que causa la desolación comporta que el hombre pierda de vista la realidad “no sé dónde está mi tierra” (191), pero a pesar de ello consigue cumplir el objetivo de devolver a su compañera al lugar de origen; esa tierra que ella a veces anhelaba por los recuerdos de su vida pasada “me imaginaba lo lejos que estaba mi casa del pantano” (187) y por la pesadumbre de haberla abandonado, ya que allí siempre podía contar con un hombre que no la traicionaba “el bizco siempre venía al pantano a esperar que yo regresara” (187). Por consiguiente, el amante emprende un camino penoso “el camino (...) era más pedregoso de lo que imaginaba” (182), durante el cual realiza confesiones de su vida a la amada como si ésta le acompañara físicamente en su último viaje juntos “pero ¡qué cosas, Mija!” (193), hasta que finalmente esparce las cenizas, tal y como el destino había deparado “quién dice que podemos vivir lo que queremos” (191). Gracias a esta particular historia, y mediante la utilización de un sujeto sin nombre (el narrador) -que bien podría caracterizar al individuo universal-, la autora pone de manifiesto las intrincadas complejidades de las relaciones amorosas, así como los sentimientos que se derivan de éstas.
El relato se articula alrededor de un triángulo amoroso, dos hombres desconocidos (el narrador -amante- y el bizco -marido[3]-) y una mujer, de la cual se nos proporciona el nombre, Mija, desde la primera palabra del texto, lo que le concede una categoría especial por encima de los dos protagonistas. Mija no sólo es el nexo de unión entre ambos individuos, sino que además ella adquiere este papel principal dado que es el eje sobre el cual giran las dos historias y el factor detonante del cambio que se produce en la vida tanto del hombre “habías sido tú quien me había sacado de todo aquello” (194) como del bizco “estuvo enfermo desde que lo dejo su mujer” (193). Shin Kyoung-suuk establece un paralelismo marido-amante en cuanto al tipo de relación que mantenían con ella: con ninguno de los dos personajes masculinos se establece una relación amorosa pasional[4] basada en la atracción “tu figura no era nada el otro mundo” (178) -sino más bien de compañía-, ambos son abandonados por Mija y ambos experimentan un gran pesar con la pérdida, ya que se ven abocados a la soledad “no tenía a nadie en el mundo” (193). Por este motivo, Mija “estaba mal del corazón” (190), porque sus sentimientos estaban divididos entre un lado y otro del pantano o, lo que es lo mismo, entre el narrador y el bizco[5]. Las relaciones de pareja que se presentan en el cuento están fundamentadas en la necesidad del uno al otro, a fin de cubrir el vacío que tienen: Mija conseguía olvidar su pueblo y su vida anterior con el narrador, mientras que el narrador lograba apartarse de la vida libertina que había llevado anteriormente. Como la relación que se establece es beneficiosa para ambos, el narrador no puede entender cómo es posible que se haya roto “una vez que dos personas se unen en matrimonio, deben vivir juntos cuarenta o cincuenta años” (186)[6]; sin embargo, ella es efímera, como el humo que formaban las nubes de algodón[7]. Es una injusticia que ella, tan joven, haya muerto, mientras que los ancianos que se encuentra el narrador en el camino sigan vivos después del percance del autobús[8] y, para enfatizarlo, el pasaje incluye toda una serie de adjetivos y sustantivos[9] que denotan el sentimiento de impotencia, de confusión y de rabia que siente el narrador (y que se exterioriza en la figura del agresivo conductor). Esto le provoca tanto resentimiento que no se resigna a la pérdida y, por eso, durante todo el viaje, el narrador explica gran parte de la historia en forma de conversación (en primera persona) entre ambos, como si Mija estuviera presente y continuara siguiéndole a todas partes “igual que un perrito” (190); el narrador consigue este juego con el reiterado uso del vocativo “Mija”. La única excepción se da en el capítulo 7; éste es un capítulo clave en relato, puesto que el papel de la narración se invierte y pasa a boca de Mija, para rememorar en primera persona su historia con el bizco. Aquí es donde la autora da a conocer el pasado de Mija y se presenta el motivo por el cual la protagonista finalmente decide abandonar (tras su muerte física) al narrador para regresar a la vida anterior en su pueblo natal, junto al bizco. También éste es el punto en que se rompe el paralelismo marido-amante. Por un lado, el marido es leal; Mija puede contar con él porque siempre está ahí esperándola, pero el amante, en cambio, no siempre vuelve a casa “muchas veces te dejé” (194), lo que origina un sentimiento de inseguridad y desequilibrio en Mija “me causaba miedo estar aquí” (187). Si bien el narrador se siente arrepentido por su actitud “siempre volvía a tu lado después de unos pocos días” (194), esta justificación no es suficiente para Mija, porque cuando le toca abandonar este mundo, es al bizco a quien decide llevarse[10] “le había dicho que la acompañara ahora que se iba a un lugar muy lejano” (193). Es la estabilidad del bizco lo que Mija quiere a su lado y, justo antes de que el lector descubra que Mija se ha llevado al bizco consigo, el narrador habla de su poca suerte en la vida “pocas cosas en la vida estaban a mi favor” (192). Así, consciente de que la pérdida de Mija ya estaba predestinada en su vida, soporta su fatalidad y, retomando las palabras que él mismo pronuncia cuando se conocen “[iré] hasta donde tú vayas” (179), acepta acompañarla hasta las “tierras de la muerte” [11](185). El dolor que sufre por la pérdida de algo apreciado es ya conocido por el narrador, ya que lo experimentó exactamente igual, cuando se conocieron[12]; posiblemente por ello, la conclusión final del cuento es que la separación entre la vida y la muerte es triste, puede venir cuando uno menos se lo espera, pero hay que aceptarlo con resignación[13], porque a partir de ese momento empieza una nueva vida[14].
El relato se articula alrededor de un triángulo amoroso, dos hombres desconocidos (el narrador -amante- y el bizco -marido[3]-) y una mujer, de la cual se nos proporciona el nombre, Mija, desde la primera palabra del texto, lo que le concede una categoría especial por encima de los dos protagonistas. Mija no sólo es el nexo de unión entre ambos individuos, sino que además ella adquiere este papel principal dado que es el eje sobre el cual giran las dos historias y el factor detonante del cambio que se produce en la vida tanto del hombre “habías sido tú quien me había sacado de todo aquello” (194) como del bizco “estuvo enfermo desde que lo dejo su mujer” (193). Shin Kyoung-suuk establece un paralelismo marido-amante en cuanto al tipo de relación que mantenían con ella: con ninguno de los dos personajes masculinos se establece una relación amorosa pasional[4] basada en la atracción “tu figura no era nada el otro mundo” (178) -sino más bien de compañía-, ambos son abandonados por Mija y ambos experimentan un gran pesar con la pérdida, ya que se ven abocados a la soledad “no tenía a nadie en el mundo” (193). Por este motivo, Mija “estaba mal del corazón” (190), porque sus sentimientos estaban divididos entre un lado y otro del pantano o, lo que es lo mismo, entre el narrador y el bizco[5]. Las relaciones de pareja que se presentan en el cuento están fundamentadas en la necesidad del uno al otro, a fin de cubrir el vacío que tienen: Mija conseguía olvidar su pueblo y su vida anterior con el narrador, mientras que el narrador lograba apartarse de la vida libertina que había llevado anteriormente. Como la relación que se establece es beneficiosa para ambos, el narrador no puede entender cómo es posible que se haya roto “una vez que dos personas se unen en matrimonio, deben vivir juntos cuarenta o cincuenta años” (186)[6]; sin embargo, ella es efímera, como el humo que formaban las nubes de algodón[7]. Es una injusticia que ella, tan joven, haya muerto, mientras que los ancianos que se encuentra el narrador en el camino sigan vivos después del percance del autobús[8] y, para enfatizarlo, el pasaje incluye toda una serie de adjetivos y sustantivos[9] que denotan el sentimiento de impotencia, de confusión y de rabia que siente el narrador (y que se exterioriza en la figura del agresivo conductor). Esto le provoca tanto resentimiento que no se resigna a la pérdida y, por eso, durante todo el viaje, el narrador explica gran parte de la historia en forma de conversación (en primera persona) entre ambos, como si Mija estuviera presente y continuara siguiéndole a todas partes “igual que un perrito” (190); el narrador consigue este juego con el reiterado uso del vocativo “Mija”. La única excepción se da en el capítulo 7; éste es un capítulo clave en relato, puesto que el papel de la narración se invierte y pasa a boca de Mija, para rememorar en primera persona su historia con el bizco. Aquí es donde la autora da a conocer el pasado de Mija y se presenta el motivo por el cual la protagonista finalmente decide abandonar (tras su muerte física) al narrador para regresar a la vida anterior en su pueblo natal, junto al bizco. También éste es el punto en que se rompe el paralelismo marido-amante. Por un lado, el marido es leal; Mija puede contar con él porque siempre está ahí esperándola, pero el amante, en cambio, no siempre vuelve a casa “muchas veces te dejé” (194), lo que origina un sentimiento de inseguridad y desequilibrio en Mija “me causaba miedo estar aquí” (187). Si bien el narrador se siente arrepentido por su actitud “siempre volvía a tu lado después de unos pocos días” (194), esta justificación no es suficiente para Mija, porque cuando le toca abandonar este mundo, es al bizco a quien decide llevarse[10] “le había dicho que la acompañara ahora que se iba a un lugar muy lejano” (193). Es la estabilidad del bizco lo que Mija quiere a su lado y, justo antes de que el lector descubra que Mija se ha llevado al bizco consigo, el narrador habla de su poca suerte en la vida “pocas cosas en la vida estaban a mi favor” (192). Así, consciente de que la pérdida de Mija ya estaba predestinada en su vida, soporta su fatalidad y, retomando las palabras que él mismo pronuncia cuando se conocen “[iré] hasta donde tú vayas” (179), acepta acompañarla hasta las “tierras de la muerte” [11](185). El dolor que sufre por la pérdida de algo apreciado es ya conocido por el narrador, ya que lo experimentó exactamente igual, cuando se conocieron[12]; posiblemente por ello, la conclusión final del cuento es que la separación entre la vida y la muerte es triste, puede venir cuando uno menos se lo espera, pero hay que aceptarlo con resignación[13], porque a partir de ese momento empieza una nueva vida[14].
BIBLIOGRAFÍA
http://spanish.korea.net/02diclit.htm
JI-MOON, Suh. (1998).The Rainy Spell and Other Korean Stories. Armonk, NY: M.E.Sharper.
JI-MOON, Suh. (2004). Propelled by the Force of Memory: New Directory in Korean Literature in the 1990s. Seoul: Korea University. Disponible en www.springerlink.com/content/p10866r125808438/
KYUNG, Kim. (2004). Cuentos Coreanos Del Siglo XX. Madrid: Verbum.
UN-KYUNG, Kim (2004). “La literatura coreana dels segles XIX i XX” - Módulo 2, en Literatures del segle XIX i XX a l’Àsia Oriental. Barcelona: FUOC
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JI-MOON, Suh. (1998).The Rainy Spell and Other Korean Stories. Armonk, NY: M.E.Sharper.
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UN-KYUNG, Kim (2004). “La literatura coreana dels segles XIX i XX” - Módulo 2, en Literatures del segle XIX i XX a l’Àsia Oriental. Barcelona: FUOC
[1] Un-Kyung Kim, (2004). “La literatura coreana dels segles XIX i XX” - Módulo 2, en Literatures del segle XIX i XX a l’Àsia Oriental. Barcelona: FUOC:
[2] http://spanish.korea.net/02diclit.htm
[3] Aunque no llegaron a casarse nunca, tal y como confirma Mija en la p.186
[4] La propia Mija declara, cuando explica su historia con el bizco, que “no nos teníamos un gran cariño” (186); el narrador, por su parte, manifiesta que “lo que anhelaba era escuchar de alguien: toma tu cena antes de dormir” (192). La utilización del indefinido “alguien” hace pensar en un anhelo más de la compañía en sí, que no de la figura concreta de Mija.
[5] Esta dualidad está expuesta de manera indirecta en todo el cuento: la autora va enumerando una serie de dicotomías camufladas entre medio de la historia que nos recuerdan que la vida de Mija se encuentra dividida entre dos mares: abrir y cerrar de ojos; polvo amarillo (color del cuerpo sin vida) vs el polvo rojo (color de la sangre, de la vida); cielo despejado vs el cielo nublado; flores despreciadas vs las azaleas coloridas; el silencio del amante en el autobús vs el ruido del motor; el sapo repugnante vs el faisán de bella cola; presencia de vida animal vs falta de vida humana; mirtos descoloridos vs ardientes rayos de sol, etc. Es representativo que esas dualidades se concentren especialmente en el capítulo 6, justo antes de que Shin Kyoung-suuk nos hable de la historia del bizco. De alguna manera es como si nos estuviera adelantando la información que viene después.
[6] El concepto del dolor por la pérdida del ser amado expuesto por la autora no es nuevo en la literatura coreana. Ya en los años 20, la poesía contaba con autores de la talla de Kim Sowol o Han Yongun que expresaban en sus poemas el lamento por pérdida y la despedida del amante, uno con toques más nihilistas y el otro con pinceladas más positivistas. La oración del poema Las Azaleas de Kim Sowol “quan cansada de veure’m, t’allunyis de mi, sense queixar-me, et deixaré anar” bien podría encajar en la descripción de los sentimientos del narrador en La historia de Mija.
[7] Cuando el narrador sigue el cortejo fúnebre del bizco, compara las nubes de algodón con los soplos de humo, elemento que ayuda a construir la metáfora para expresar la fugacidad de la vida de Mija.
[8] El incidente de los viejos con el autobús y la frase “¡deberían de morirse pronto los viejos! ¡Sólo están para dar la lata!” tiene una doble interpretación: por un lado, la autora quiere expresar que es antinatural e inmerecido que los jóvenes mueran antes que los mayores; por otro lado, se refuerza la idea de que hay que romper con lo “viejo”, es decir, con ese pasado que tanto asusta al narrador por el temor de que Mija regrese a su antigua vida “mi angustia de que algún día me abandonaras como hiciste con tu pueblo...” (184).
[9] Tales como: “desnudo”, “cuesta”, “desierto”, “curva”, “intruso”, “abandonado”, “tumba”, “descuidadas”, “hospital”, "vacío”.
[10] La anécdota del tigre apareándose hace alusión directamente a la unión simbólica entre Mija y el bizco, ya que la gota de agua de cielo despejado cae justo en el momento del cortejo fúnebre, cuando llega el narrador con las cenizas de Mija. Es el momento del reencuentro físico entre ambos (uno, en forma de cadáver; el otro, en forma de cenizas).
[11] El narrador habla del pueblo de Mija como la “tierra de la muerte”, ya que es donde él va a depositar las cenizas de Mija; sin embargo, a lo largo del relato hay una serie de elementos que guardan una estrecha relación con la tierra natal de Mija -las flores de plantainas, la ropa que ondea en el tendedero, el alcohol que ofrece el viudo al narrador para pasar las penas, la mariposa que se posa en la flor- que son de color blanco. Este color simboliza la calma, la plenitud, la paz, lo absoluto -porque es la síntesis de todos los colores-, en definitiva, la unidad y la luz de la vida. El color blanco es un elemento clave en la interpretación del texto, puesto que todo lo que hay en el pueblo es blanco, por lo tanto, volver a él, para Mija, es volver a la vida. De hecho, así lo refleja el narrador en sus últimas palabras a Mija, una vez ha depositado las cenizas en el agua: “tú Mija eres realmente blanca, de una blancura sin igual” (194), en contraposición al color moreno de su cara cuando la conoce “tu cara era morena, como untada con excrementos de pájaros” (179). La idea del regreso a la vida en el campo, quizá pueda estar influenciada por la propia vivencia de Shin Kyoung-suuk, que se crío en un entorno parecido, en un intento de recobrar los orígenes de su propia identidad.
[12] El dolor que siente el narrador cuando Mija pierde la pluma Parker ya es premonitorio; es como si la autora estuviera advirtiendo al lector y diciéndole: “Cuidado: Mija va a ser la causa del dolor y del sufrimiento del narrador en el futuro”.
[13] “Ahora, espárcete aquí, espárcete a tu gusto” (194).
[14] Mediante el uso de una pregunta “Mija, ¿es aquí donde empieza la verdadera historia de tu vida? (194) al final del cuento, se deja paso a una posible esperanza tras el dolor por la pérdida. Las preguntas retóricas están muy presentes en todo el texto (siempre formuladas a Mija), ya que aportan mucha expresividad al diálogo y complicidad con el lector; en cierta manera, el narrador necesita formularlas con la intención de recibir una respuesta que resuelva toda la incertidumbre que le rodea en ese momento. Obviamente, Mija no puede responderle, pero es como si la autora le dijera al lector “tú sí sabes la respuesta”.
[3] Aunque no llegaron a casarse nunca, tal y como confirma Mija en la p.186
[4] La propia Mija declara, cuando explica su historia con el bizco, que “no nos teníamos un gran cariño” (186); el narrador, por su parte, manifiesta que “lo que anhelaba era escuchar de alguien: toma tu cena antes de dormir” (192). La utilización del indefinido “alguien” hace pensar en un anhelo más de la compañía en sí, que no de la figura concreta de Mija.
[5] Esta dualidad está expuesta de manera indirecta en todo el cuento: la autora va enumerando una serie de dicotomías camufladas entre medio de la historia que nos recuerdan que la vida de Mija se encuentra dividida entre dos mares: abrir y cerrar de ojos; polvo amarillo (color del cuerpo sin vida) vs el polvo rojo (color de la sangre, de la vida); cielo despejado vs el cielo nublado; flores despreciadas vs las azaleas coloridas; el silencio del amante en el autobús vs el ruido del motor; el sapo repugnante vs el faisán de bella cola; presencia de vida animal vs falta de vida humana; mirtos descoloridos vs ardientes rayos de sol, etc. Es representativo que esas dualidades se concentren especialmente en el capítulo 6, justo antes de que Shin Kyoung-suuk nos hable de la historia del bizco. De alguna manera es como si nos estuviera adelantando la información que viene después.
[6] El concepto del dolor por la pérdida del ser amado expuesto por la autora no es nuevo en la literatura coreana. Ya en los años 20, la poesía contaba con autores de la talla de Kim Sowol o Han Yongun que expresaban en sus poemas el lamento por pérdida y la despedida del amante, uno con toques más nihilistas y el otro con pinceladas más positivistas. La oración del poema Las Azaleas de Kim Sowol “quan cansada de veure’m, t’allunyis de mi, sense queixar-me, et deixaré anar” bien podría encajar en la descripción de los sentimientos del narrador en La historia de Mija.
[7] Cuando el narrador sigue el cortejo fúnebre del bizco, compara las nubes de algodón con los soplos de humo, elemento que ayuda a construir la metáfora para expresar la fugacidad de la vida de Mija.
[8] El incidente de los viejos con el autobús y la frase “¡deberían de morirse pronto los viejos! ¡Sólo están para dar la lata!” tiene una doble interpretación: por un lado, la autora quiere expresar que es antinatural e inmerecido que los jóvenes mueran antes que los mayores; por otro lado, se refuerza la idea de que hay que romper con lo “viejo”, es decir, con ese pasado que tanto asusta al narrador por el temor de que Mija regrese a su antigua vida “mi angustia de que algún día me abandonaras como hiciste con tu pueblo...” (184).
[9] Tales como: “desnudo”, “cuesta”, “desierto”, “curva”, “intruso”, “abandonado”, “tumba”, “descuidadas”, “hospital”, "vacío”.
[10] La anécdota del tigre apareándose hace alusión directamente a la unión simbólica entre Mija y el bizco, ya que la gota de agua de cielo despejado cae justo en el momento del cortejo fúnebre, cuando llega el narrador con las cenizas de Mija. Es el momento del reencuentro físico entre ambos (uno, en forma de cadáver; el otro, en forma de cenizas).
[11] El narrador habla del pueblo de Mija como la “tierra de la muerte”, ya que es donde él va a depositar las cenizas de Mija; sin embargo, a lo largo del relato hay una serie de elementos que guardan una estrecha relación con la tierra natal de Mija -las flores de plantainas, la ropa que ondea en el tendedero, el alcohol que ofrece el viudo al narrador para pasar las penas, la mariposa que se posa en la flor- que son de color blanco. Este color simboliza la calma, la plenitud, la paz, lo absoluto -porque es la síntesis de todos los colores-, en definitiva, la unidad y la luz de la vida. El color blanco es un elemento clave en la interpretación del texto, puesto que todo lo que hay en el pueblo es blanco, por lo tanto, volver a él, para Mija, es volver a la vida. De hecho, así lo refleja el narrador en sus últimas palabras a Mija, una vez ha depositado las cenizas en el agua: “tú Mija eres realmente blanca, de una blancura sin igual” (194), en contraposición al color moreno de su cara cuando la conoce “tu cara era morena, como untada con excrementos de pájaros” (179). La idea del regreso a la vida en el campo, quizá pueda estar influenciada por la propia vivencia de Shin Kyoung-suuk, que se crío en un entorno parecido, en un intento de recobrar los orígenes de su propia identidad.
[12] El dolor que siente el narrador cuando Mija pierde la pluma Parker ya es premonitorio; es como si la autora estuviera advirtiendo al lector y diciéndole: “Cuidado: Mija va a ser la causa del dolor y del sufrimiento del narrador en el futuro”.
[13] “Ahora, espárcete aquí, espárcete a tu gusto” (194).
[14] Mediante el uso de una pregunta “Mija, ¿es aquí donde empieza la verdadera historia de tu vida? (194) al final del cuento, se deja paso a una posible esperanza tras el dolor por la pérdida. Las preguntas retóricas están muy presentes en todo el texto (siempre formuladas a Mija), ya que aportan mucha expresividad al diálogo y complicidad con el lector; en cierta manera, el narrador necesita formularlas con la intención de recibir una respuesta que resuelva toda la incertidumbre que le rodea en ese momento. Obviamente, Mija no puede responderle, pero es como si la autora le dijera al lector “tú sí sabes la respuesta”.