La llegada del budismo supuso una eclosión artística que culminaría con el surgimiento de motivos y contenidos nuevos e insólitas tendencias, enriqueciendo así el arte asiático, muy especialmente, en el ámbito de la arquitectura, la pintura y la escultura. El norte de la India se convirtió en el foco de expansión del arte budista y la ruta de la seda, además de propiciar intercambios comerciales, sirvió como vehículo para difundirlo por todo el territorio asiático.
“Un arte tan rico como el búdico indio en significación humana y en simbología religiosa no podía sino expandirse”[1]. El arte budista indio, a través de las rutas terrestres y marítimas, penetró en Asia Central y desde allí se propagó hacia China, Corea y Japón; por el sur, llegó hasta Sri Lanka, Birmania, Camboya e Indonesia, dejando sólidas muestras artísticas por doquier. El siguiente mapa refleja los yacimientos artísticos budistas más importantes de Asia Central y China, dejando una clara evidencia del paso de esta religión y de la necesidad de manifestarla artísticamente.
“Un arte tan rico como el búdico indio en significación humana y en simbología religiosa no podía sino expandirse”[1]. El arte budista indio, a través de las rutas terrestres y marítimas, penetró en Asia Central y desde allí se propagó hacia China, Corea y Japón; por el sur, llegó hasta Sri Lanka, Birmania, Camboya e Indonesia, dejando sólidas muestras artísticas por doquier. El siguiente mapa refleja los yacimientos artísticos budistas más importantes de Asia Central y China, dejando una clara evidencia del paso de esta religión y de la necesidad de manifestarla artísticamente.
BAMIYÁN
NIYA
DUNHUANG
BEZEKLIK
MIRAN
KOTHAN
KYZIL
MAIJISHAN
BINGLINGSI
CHANG’AN
LUOYANG
LONGMEN
YUNGANG
BAIMASI
Todos estos emplazamientos búdicos están compuestos por un conjunto de templos excavados en la roca decorados con pinturas murales y que albergan miles de esculturas budistas, manuscritos y hasta reliquias del Buda. Históricamente, no sólo constituían importantes centros de oración budista, sino que también verdaderos enclaves geográficos, por el lugar en que estaban construidos, ya que peregrinos, soldados y comerciantes que circulaban por toda la ruta de la seda buscaban abrigo en estos santuarios. Estos primeros templos construidos en cuevas seguían los patrones de construcción hindúes. “La entrada de la cueva conducía a un gran espacio abierto donde los devotos podían sentarse o permanecer en pie frente a una pequeña estupa o una imagen de Buda”[2]. Tanto las cuevas interiores como los frontales exteriores de los santuarios estaban decorados con esculturas igualmente talladas y esculpidas en piedra. Se trata, en su mayoría, de enormes imágenes de Buda. En las cuevas más tempranas, se refleja una clara influencia de la escuela Gandhara, cuyo arte, fruto del sincretismo griego y budista (arte grecobudista), dará lugar a estatuas de un Buda con formas apolíneas (nariz rectilínea, boca bien perfilada, enormes párpados que caen por encima de los ojos), pero con características típicamente hindúes (marca en el entrecejo[3], pelo recogido en moño). Sin embargo, no todos estos emplazamientos datan de la misma época, con lo que se aprecian diferencias notables entre ellos. Así, por ejemplo, los grandes budas de las cuevas de Yungang, poseen unos rasgos angulosos y una actitud austera, fruto del influjo del modelo indio, mientras que en las grutas excavadas en Longmen, las estatuas adquieren unos rasgos más dulces y delicados, propios de un estilo más chino. En cualquier caso, la mayoría de estatuas alcanzan unas medidas impresionantes (35 ó 53 metros de altura como en el caso de los desaparecidos budas de Bamiyán) y muchos de estos templos fueron enriquecidos, con el transcurso de los años posteriores, con nuevas grutas y estatuas.
“Las paredes de las grutas y los muros de los monasterios dieron soporte a una pintura religiosa”[4] que gozaba de una luminosidad inédita, gracias a la utilización de pigmentos azules y verdes. La mayoría de estas pinturas son de temática budista: retratos de budas y de otras divinidades, pasajes sobre la vida de personajes budistas históricos de la India, Asia Central o China, incluso escenas que narran algunos sutras, pero otros murales simplemente inmortalizaban detalles de la vida cotidiana tales como propios intercambios comerciales, el vestuario de las diferentes épocas, las costumbres o la arquitectura tradicional. Podría pues afirmarse que las paredes de estas cuevas podrían haber sido verdaderas bibliotecas de libros escritos en las paredes pero, por desgracia, a causa del paso del tiempo, de los actos vandálicos, de las inclemencias meteorológicas o de los intentos de estudio de estas obras por parte de científicos, en la actualidad podemos contar con una ínfima cantidad de estos vestigios, como es el caso de Qianfodong (Dunhuang), Astana o Turfan.
Con la fuerte asimilación del budismo, pronto se desarrollaron las comunidades monásticas (sangha) formadas por monjes budistas cuya misión era estudiar la religión y difundirla. Con este fin se crearon los primeros monasterios budistas, que además de estar “dedicats a la preservació de les escriptures, eren també grans centres de creació intel·lectual”[5]. La edificación de los monasterios debía cumplir con las características del retiro budista ideal: celdas individuales ubicadas alrededor de un patio central, buen suministro de agua, cercanos a montes o montañas arboladas y unas enormes salas en las que los monjes se reunían para recitar los textos sagrados y donde se guardan los sutras. “La principal figura de un Buda de un monasterio solía albergarse en una sala santuario llamada gandhakuti (cámara perfumada)”[6]. Ya hacia los siglos XI y XII, los monasterios habían alcanzado sus manifestaciones más complejas en lugares como el Tíbet, como es el caso del conjunto de monasterios y templos de Drathang (año 1081). La edificación de los templos budistas adquirió una enorme relevancia en la arquitectura del mundo búdico y muchos de ellos se han convertido en auténticos elementos de referencia. Destacan en este sentido Borobudur (Java, Indonesia), el Templo del Diente (Kandy, Sri Lanka), el Templo del Buda Esmeralda (Bangkok, Tailandia), el Templo Jokhang (Lhasa, Tíbet) o el Templo Todaiji (Nara, Japón), entre otros.
Durante muchos siglos, el budismo no contó con la representación humana de Buda. De este modo, en un principio, se veneraba la dharma y la figura de Buda, pero no su imagen. Cuando posteriormente se pasó a venerar las imágenes y las reliquias de Buda, proliferó la construcción de las estupas, que se convirtieron en el prototipo de templo budista. La estupa era básicamente “un túmulo funerario que contenía las reliquias de los restos incinerados de Buda”[7] en forma de una estructura campaniforme (o tazón invertido) rematada por un eje vertical y edificada sobre una plataforma; la columna central contiene una especie de parasoles en su parte superior que evoca la imagen de Buda. A medida que el budismo iba sentando sus bases, las estupas evolucionaban paralelamente. Pronto se decoraron con representaciones de Buda, escenas de su vida o con historias que se relataban en los textos budistas. La forma de las estupas ha evolucionado de manera diferente dependiendo del país en el que se edificaba y a lo largo de los siglos: de madera, ladrillo, mampostería o hierro; de forma tetragonal, octogonal o decagonal. Concretamente en China este tipo de edificios tenían una verticalidad predominante lo que rompió drásticamente con el estilo horizontal de la arquitectura existente en el país hasta entonces. Una clara muestra son las estupas de 120 metros de altura de Yongningsi (Luoyang), desaparecidas actualmente. La culminación de esta verticalidad a gran altura dio lugar en China y Japón a las pagodas, en forma de torre de pisos. Entre las más antiguas que aún se conservan, están las dos estupas de mampostería de Xi’an (siglo VII) o la estupa de piedra de Songyueshi (año 520).
Muchas de estas obras artísticas, muy especialmente en China, no hubieran visto la luz sin la contribución de la aristocracia y la nobleza, así como por el apoyo de los emperadores y gobernantes que adoptaron con especial entusiasmo el budismo como religión y entendieron la importancia de expresarla y difundirla con fervor: “son numerosas las pinturas murales budistas, así como las esculturas y tallas en las grutas, en las que se representaban a los emperadores y la emperatrices rindiendo culto a Buda”[8]. Por consiguiente, el triunfo religioso y artístico del budismo venían cogidos de la mano.
[1] VVAA. Artes y civilizaciones. “Orígenes: África, América, Asia y Oceanía”, Ed.Lunwerg, Barcelona, 2006, p.248
[2] DAVID ECKEL, Malcolm. Entender el Budismo, Capítulo VI, Ed. Blume, Barcelona, 2003, p. 67
[3] En alusión al Tika o marca que se pintan los hindúes en el entrecejo simbolizando el tercer ojo del conocimiento espiritual (como sede de la sabiduría latente y concentración mental).
[4] GERNET, Jacques. El mundo chino. Crítica, Barcelona, 1991, p.198
[5] FOLCH, Dolors. Història de l’Àsia Oriental I: els imperis de l’Àsia Oriental, Mòdul 3 - “El Període de desunió”, p.31
[6] TRAINOR, Kevin. Budismo: principios, práctica, rituales y escrituras sagradas, “Aspectos históricos, religiosos y sociales”, Ed. Blume, Barcelona, 2001, p.103
[7] DAVID ECKEL, Malcolm. Op. Cit., p.65
[8] VVAA. Artes y civilizaciones, Op. Cit., p. 298
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