28 de diciembre de 2008

Imperialismo japonés

El final del siglo XIX ya viene marcado por los intentos de modernización de Japón. La Era Meiji (1867-1912) fue testigo de la transformación de un Estado feudal a un estado moderno, aunque no fue tras la victoria japonesa en la Primera Guerra Sino-japonesa y la Guerra Soviético-japonesa en los últimos años de siglo XIX, que Japón no empieza a destacar realmente en el panorama internacional y dibujarse como una gran potencia en Asia en su camino “hacia el poder mundial, tanto en el orden económico (...) como en el orden político y expansivo en Extremo Oriente, tras las conquistas y anexiones territoriales”[1]. Para ello es necesario que Japón haga unos esfuerzos titánicos en tener que conjugar tradición y modernidad, siguiendo los parámetros de los modelos occidentales. Esto implica tener que establecer instituciones democráticas y tener que equilibrar el poder militar (como ya ha demostrado) con el poder económico (pendiente de demostrar) y el político. Una de las vías para conseguirlo es potenciar y establecer unas sólidas relaciones internacionales con el resto de potencias, través del fortalecimiento de las acciones diplomáticas con Francia, Gran Bretaña o Rusia. La instauración de la Era Taishō (1912-1926) aún agudizó más la necesidad de tener que estar a la altura del estatus que estaba alcanzando. Se encontraba bajo la presión de tener que ajustarse a una constitución democrática -que implicaba la difícil tarea de participación de la población en las elecciones- desde el marco de unas instituciones políticas que aún no eran muy sólidas, con lo que el Estado intentó demostrar, una vez más, a través de su potencial militar que podía cumplir con los requisitos que suponía ser una potencia mundial. Es en este momento que Japón se lanza con más fuerza a la aventura colonial, con el ánimo de emular las grandes expansiones territoriales que tenían las potencias occidentales. La Primera Guerra Mundial sirvió para fortalecer la economía y la industria japonesa; como afirma Ian Buruma “el año de 1920 fue el mejor de todos los tiempos para muchos japoneses”[2]. El hecho de haber podido engrosar sus arcas gracias a la intensiva producción para abastecer a las fuerzas aliadas le concede los medios económicos para iniciarse en la aventura expansionista en Asia y ganándose a las potencias occidentales como enemigos. Un poema aparecido en el periódico Yomimuri es una justificación a esta expansión: Japón considera que es justo mantener su statu quo en la zona “we are standing for justice” porque, según ellos, les es debido, puesto que su expansión no es fruto de la búsqueda de intereses -como en el caso de los países occidentales “while they are attacking for profits”-; para Japón, ellos están haciendo lo correcto dentro de su misión de forjador de una gran familia asiática “while we are constructing the great East Asia Family”.

Sin embargo, todas estas palabras no parecen más que un intento de autoconvencerse de que lo hacían era correcto, sin tener en cuenta ningún otro factor que el de incrementar su poder. Japón se inicia en una aventura expansionista por China (agresiones en Manchuria y en el Noreste de China) porque este país le ofrece el escenario idóneo para hacerlo. En ese momento, -los años 30- China disponía de una serie de recursos materiales, humanos y económicos muy tentadores para cualquier país con una necesidad de autoabastecerse. Conocedores de la debilidad del sistema político chino de la época y de la difícil situación interna, podían tirar hacia adelante sus propósitos sin ninguna dificultad añadida; lo que no contaron es que las dos fuerzas políticas adversas se unieron en esa ocasión para evitar un desastre mayor...; quien sabe si de no haber sido así, quizá hoy en día el norte de China no sería territorio chino (o motivo de disputa como el caso de otras islas).

Cuando Japón se encuentra en su momento de mayor fuerza (años 40), y alentado por los sentimientos ultranacionalistas de algunos políticos e intelectuales, como Nishida Kitaro[3], que exaltaban el sentimiento patriótico hasta el punto de creerse una raza superior a todas las demás por la pureza de su espíritu, decide aliarse a los dos máximos representantes del fascismo europeos, Alemania e Italia en el Pacto de Acero, poniéndose consecuentemente en contra de las grandes potencias como Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. Pocos años antes (en el 1937) se había publicado el Tratado Kokutai no Hongi, mediante el cual se incitaba a los japoneses a que abandonen sus pequeños egos y busquen en el emperador la fuente de su existencia[4]. Otros filósofos de la talla de Kitta Ikki hablan sobre la posibilidad de llegar incluso a la violencia (golpes de Estado, guerra) para liberar a los países del sudeste asiático del control y opresión de Occidente: la frase publicada en un artículo de prensa en el Yomimuri es claramente reveladora de esta intención “the influence of the occidental peoples in East Asia must be driven away”. Este tipo de manifestaciones no hacían más que alentar un nacionalismo en exceso, que en última instancia, les lleva a crear un pacto de Acero que les llevará al más completo desastre durante la Segunda Guerra Mundial. Como castigo al boicot de petróleo de las Fuerzas Aliadas, Japón determina un ataque aéreo contra Pearl Harbour que cristalizará en el lanzamiento el mismo año (1945) de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, que relevarán al país a los puestos más inferiores de cualquier tipo d aspiración, así como a una vergonzosa posición mundial y a una anulación del patriotismo ultranacionalista.
El propio desarrollo de Japón le llevó a su ruina. La fuerza militar y el prestigio internacional conseguidos a raíz de su prosperidad como nueva potencia moderna hacen que ellos mismos se retroalimenten de una serie de sentimientos desmesurados acerca de su posición en el mundo que se plasman en los violentos ataques y las atrocidades que lleva a cabo durante su proceso de expansión. Si bien estos procesos de ocupación colonial entrañan dificultades intrínsecas, en el caso del imperialismo japonés aún resulta más complicado y agresivo, por un lado por ese sentimiento de superioridad nacionalista incluso por encima de las mayores potencias mundiales y, por el otro, porque los países en los que estaban avanzando ya había sufrido la experiencia colonial anteriormente y, no estando dispuestos a ser nuevamente colonizados, ofrecen su máxima resistencia.
[1] “La plenitud de la expansión exterior: el imperialismo japonés” en ArteHistoria. Disponible en http://www.blogger.com/www.artehistoria.jcyl.es/batallas/contextos/4423.htm
[2] BURUMA, I. (2003). La creación de Japón, 1853-1964. Barcelona: Mondadori, pp. 67-96.
[3] Considerado el filósofo más importante de inicios del siglo XX, según las palabras de Ian Buruma. Op.cit.
[4] Buruma, Op.Cit.

6 de diciembre de 2008

Señores de la Guerra y Kuomintang

El final del siglo XIX está marcado por el debilitamiento de la Dinastía Qing. La derrota china en la Primera Guerra Sino-japonesa (o Guerra Jiawu, 1989-95) tuvo consecuencias muy drásticas, puesto que supuso, además de las pérdidas materiales y humanas, el cese de Taiwán, las Islas Pescadores y la península de Liaodong a manos de los japoneses tras la firma del Tratado de Shimonoseki[1]. Asimismo, el imperio chino tuvo que renunciar al control de los principales puertos y a los países tributarios periféricos[2]; ya no disponían del monopolio en el ejército militar, ni del control de los impuestos; las rentas del gobierno así como los ejércitos locales se financiaban con los impuestos y las gestiones procedentes del comercio local, los nobles terratenientes y la clase mercantil tuvo que unirse, así como los altos funcionarios y el gobierno central que tuvieron que formar alianzas con los dirigentes y cónsules extranjeros.

A fin de aminorar la grave crisis del gobierno manchú, intelectuales y académicos de grandes conocimientos, como Kang Youwei, propusieron una serie de reformas, influenciadas por sus contactos con el exterior. Así pues, la Restauración Tongzhi y la Reforma de los Cien Días proponían cambios a nivel educativo, legislativo, político, económico, militar y tecnológico a fin de dar “un giro radical en la política interna”[3]. Estas reformas, sin embargo, no dieron su fruto porque el gobierno imperial era reacio a aplicar estas nuevas medidas de influencia extranjera con lo que el imperio era cada vez más susceptible de ser atacado por la creciente colonización. Como reacción al avance del poder occidental en el imperio, fue surgiendo un movimiento nacionalista, respaldado por la emperatriz regente Ci Xi, que culminó con la Rebelión de los Bóxers (1898-1901) contra las potencias occidentales y bajo el lema “apoyad a los Qing, acabad con los extranjeros”. La reacción de las potencias no se hizo esperar: aumentaron su presencia militar y atacaron y saquearon numerosas ciudades del imperio. La corte manchú, temerosa del gran peligro que corre, propuso, bajo el entramado político comunista, una serie de medidas modernizadoras que debían llevar al imperio a la abolición de los exámenes funcionariales para dar paso a escuelas modernas, a una nueva estructuración militar y administrativa, así como a mejoras de tipo social.

Incapaz de ver cómo el poder se le escapaba de las manos, la emperatriz regente Ci Xi se suicida y, ante la renuncia al trono de Pu Yi, se pone fin a siglos de dinastía imperial, para dar paso a la Primera República China, tras una revolución que finaliza el 1 de enero de 1912. Sun Yat-Sen es nombrado Presidente, pero apenas un mes y medio después renuncia a su cargo evitando una Guerra Civil como consecuencia del Golpe de Estado llevado a cabo por el jefe de la armada imperial, Yuan Shikai. Si bien en un inicio consiente la formación de un parlamento bicameral, el aumento de influencia del Partido Nacionalista (Kuomintang) era cada vez mayor, con lo que decidió disolver dicho parlamento en 1913 para frenar el poder nacionalista e instauró una monarquía imperial, consigo mismo al frente, originando grandes revueltas en contra del nuevo sistema que acabaría dividiendo al país.

A la muerte de Yuan Shikuai, las disputas entre los gobernadores locales, ambicionados por conseguir el poder supremo, dieron inicio a la etapa de los Señores de la Guerra (1916-1928). Los Señores de la Guerra eran unos caudillos o líderes militares que gobernaban porciones de territorio chino y actuaban de manera independiente los unos de los otros. Principalmente, se puede hablar de dos grupos de Señores de la Guerra en China: los Señores del Norte liderados por generales partidarios de Yuan Shikuai y los Señores del Sur contrarios a la política de éste. Las luchas por la expansión territorial se extendieron desde la muerte de Yuan Shikuai hasta 1918 y habría que esperar hasta 1924 para de de nuevo se avivaran unas disputas entre ambos grupos que cesaron en 1928. Tal y como muestra el Documento 1, “some warlords controlled only a small district or two [como Yan Xishan o Wu Peifu], but the most powerful warlords ruled over two or three provinces [como Feng Yuxiang o Sun Chuanfang]”[4].

Este período tuvo serias consecuencias para el país a todos los niveles. Económicamente, los Señores tuvieron repercusiones en la agricultura (confiscaban herramientas y animales, así como promovían el cultivo de opio -censurado en 1916), en el comercio (bloquearon muchas relaciones comerciales y se impusieron tasas muy elevadas, confiscaron mercancías para su propio uso y falsificaban el papel moneda a su antojo; tenían un control absoluto del transporte -que era militar- y que retrasaba el flujo de mercancías) y en la industria (empresarios obligados a hacerles donaciones de manera que no se podían invertir las ganancias). En términos sociales, este período fue muy nocivo porque la sociedad era explotada por las altísimas tasas impuestas; además las disputas entre ellos provocaban numerosas muertes y aumentaban la miseria de la población, haciendo que muchos pobres se enrolaran en el ejército en busca de alimento y originando grandes protestas entre los estudiantes y los intelectuales (Movimiento de Cuatro de Mayo), así como entre la población en general. Como no existía un gobierno central que marcara el poder, la corrupción y la inestabilidad se instalaron en el país; los pequeños grupos políticos como Partido Comunista, ese “pequeño grupo político fundado en 1921 por unos pocos intelectuales preocupados por organizar y desarrollar la acción obrera”[5], supieron aprovechar la coyuntura para empezar a consolidarse. En este contexto, Sun Yat-sen -exiliado- vuelve a aparecer en el escenario político del país, con el fin de reorganizar al Partido Nacionalista (Kuomintang), tarea que será relegada a Chiang Kai-shek tras la muerte del primero. Es en este momento que Chiang organiza la “Expedición hacia el Norte” para acabar con el poder de los Señores de la Guerra del Norte y volver a unificar el país. Y así fue: como muestras el mapa, partiendo de Cantón, llegó primeramente hasta el Yangtze, para continuar después hasta Shanghai y Nanjing, donde estableció la capital en el 1928 de un nuevo estado mucho más moderno en el que se llevaron a cabo grandes mejoras a nivel económico, político y social[6].

El Kuomintang llevó al país a una gran estabilidad inicial y a una etapa de grandes avances, sin embargo, no toda la población se sentía identificada con la nueva política; Chiang era acusado de ser un reaccionario, un militar de tradición confuciana que establecía alianzas con la burguesía y los ricos terratenientes para ganarse el favor del pueblo. La clase obrera, cada más numerosa y potente por el respaldo del Partido Comunista, consiguió atraer el interés de los campesinos y de los intelectuales, de manera que se generó una Revolución Proletaria que colocaría al Partido Comunista Chino cada vez más cerca del poder y, aunque inicialmente fue derrotado, no tardaría en recuperarse y coger las suficientes fuerzas para derrocar al Kuomintang tras la Guerra Civil (1927-1949). Por eso mismo, cabría pensar que las bases hegemónicas del Partido Nacionalista no fueron lo suficientemente sólidas para aguantar las presiones una sociedad dividida.

[1] Consultar el contenido del Tratado de Shimonoseki en http://www.blogger.com/www.taiwandocuments.org/shimonoseki01.htm%2005/
[2] “No sólo la región del Ili, sino también las Islas Liuqiu (Okinawa), Vietna, Corea y hasta Birmania”. KING FAIRBANK, John (1990). Historia de China: Siglos XIX y XX. Madrid: Alianza, pp. 118-140).
[3] FERNÁNDEZ LOMMEN, Yolanda (2001). China: La construcción de un estado moderno. Madrid: Catarata, pp. 43-53.
[4] WOO, Philip (1980). “The Early Republic and the Warlord Period, 1912-1928 民初軍閥時期” en The Corner of the World. Hong Kong: TK Chung. Disponible en http://www.blogger.com/www.thecorner.org/hist/china/warlords.htm.
[5] GERNET, J. (2005). El mundo chino. Barcelona: Crítica, p. 563.
[6] Democracia constitucional, establecimiento de la política exterior y de la diplomacia, nuevas relaciones con las potencias occidentales, modernización del sistema legal, nueva política monetaria, reforma financiera y bancaria, construcción de nuevas infraestructuras y redes de comunicación, desarrollo de la producción agraria, prohibición del consumo de opio, mejoras en el sistema educativo, unificación de la lengua, exaltación del sentimiento patriótico, etc. FERNÁNDEZ LOMMEN, Yolanda, Op.cit.