5 de enero de 2009

Constitución Meiji

La redacción de la Constitución Meiji supuso para Japón una serie de cambios a nivel político, económico y social que, muy a pesar de que no procedían de un programa concreto para llevarlos a cabo, se fueron dando de manera muy gradual (y a veces muy lentamente). Una de las acciones que marcan el nuevo período es el traslado de la capital desde Kyoto a Edo (antiguo Tokyo). Tal y como puede apreciarse en el capítulo 1 de la Constitución, el Emperador concentra ahora una serie de poderes que antes eran impensables. Debe ejercer sus poderes en plena soberanía: tiene el poder legislativo; convoca la Dieta; tiene la potestad para declarar la guerra, la paz y aceptar tratados; es el jeje militar y como tal organiza las fuerzas de defensa; puede promulgar ordenanzas especiales en nombre de la Dieta en caso de extrema urgencia y seguridad nacional y ordena las leyes para que sean ejecutadas, entre otras misiones. Por lo tanto, el papel simbólico que tenía anteriormente deja de existir.

En el ámbito político, además, se reorganiza el sistema administrativo, creando dos cámaras legislativas o Dieta: la Cámara Alta (formada por la nobleza) y la Cámara Baja (constituida por miembros escogidos por sufragio universal), así como se da paso a la constitución del Senado (Genrōin). Asimismo, la Constitución permite la creación de una serie de partidos como soporte al gobierno constitucional.
En cuanto a la gestión militar, se busca crear un sistema militar sólido formado por los antiguos samuráis del sistema feudal y siguiendo los modelos alemanes y franceses. Este ejército debía garantizar en todo momento el orden interno y proteger al país de los posibles ataques externos que pudieran surgir como consecuencia de las luchas por el control de los territorios.
Referente a los cambios económicos producidos, cabe destacar que se pretende llevar a cabo una especie de Revolución industrial (al puro modelo británico o estadounidense) para potenciar las fábricas estatales y el aumento de la producción. Sólo promoviendo la industria y apoyando la producción con fondos estatales se podía dirigir a Japón hacia el camino de convertirse en una potencia mundial.
Finalmente, en lo que concierne a las transformaciones sociales, es importante recalcar la importante misión del gobierno para promocionar los estudios, creando un sistema educativo totalmente renovado. Por un lado, se contratan profesores occidentales especializados en técnicas militares, navales, científicas y tecnológicas para que los alumnos japoneses adquieran los conocimientos necesarios para poder competir contra Occidente una vez acaben su formación. Se potencia igualmente el estudio de la lengua inglesa y se promueven los intercambios de estudios al extranjero. Muchos samuráis y daimyō son relegados a tareas burocráticas y comerciales, ya que suponían una fuerte carga económica para el estado.

Como ya se ha comentado anteriormente, estos cambios se intentaban llevar a cabo, pero o bien se iban produciendo de manera paulatina, o bien no se producían en la manera esperado, o simplemente no se producían. Muestra de ello, son las manifestaciones que se daban por parte de la sociedad: tanto los samuráis como los daimyō se sintieron defraudados porque según ellos habían perdido muchos de sus privilegios y estaban cobrando sueldos ridículos, así que sus expectativas no se estaban cumpliendo; igualmente, los campesinos y los comerciantes tampoco obtenían beneficios significantes. Los partidos políticos reclaman la instauración de instituciones específicas y ejemplares, mientras que la sociedad más temerosa sufría por los peligros que podía suponer[1] un contacto tan directo con las culturas extranjeras.

Algunos especialistas consideran que este descontento derivaba del hecho que en realidad la Restauración Meiji se trataba de “una revolución cuyo objetivo formal consistía en el restablecimiento de la autoridad imperial”[2] y no se velaba por una auténtica restructuración del país con unos objetivos de modernización claros. Otros, sin embargo, estiman que el hecho de que no se obtuviera un éxito tan rotundo se debe a que se estaban intentando imponer unas técnicas basadas en el modo de actuación occidental que chocaban de frente con el pensamiento tradicional -por ejemplo, la influencia del Shintoismo- que había imperado durante siglos en el país[3]. En cualquier caso, lo que sí se puede desprender de las manifestaciones sociales es que no se produjeron grandes cambios socioeconómicos o, por lo menos, en la manera que esperaba justo después de la Restauración Meiji. Aunque Japón se estaba encaminando ya hacia el estallido como futura potencia mundial, aún cabría esperar unos años más para poder considerarla como tal.

[1] Como por ejemplo la pérdida de su identidad.
[2] ANDERSON, P. (2002). El estado absolutista. Madrid: Siglo XXI de España Editores, p.473
[3] BEASLEY, W.G. (1972). The Meiji Restoration. California: Standford University Press, pp. 300-304

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