A través de una exposición detallada de las experiencias colonialistas de dos personajes históricos como Balfour y Cromer, Edward W. Said presenta una concepción del término orientalismo entendiéndose éste desde un planteamiento generalizado y absolutamente occidental de Oriente.
Para los primeros orientalistas occidentales, conocer una civilización oriental implicaba conocer los aspectos que la diferenciaban de la propia y someterlos luego a análisis, siempre desde una perspectiva occidental. La realidad a la que se llegaba había sido creada a gusto de un observador exterior con una mentalidad totalmente diferente -occidental-, con lo que ciertamente la realidad oriental obtenida resultaba ficticia y modelada por una mentalidad eurocéntrica. Este tipo de conocimiento les permitía saber qué era lo más conveniente para los orientales, les proporcionaba autoridad y supremacía sobre éstos y, por lo tanto, se le podía dominar: conocer es poder y poder es dominar. Es en el contexto de la etapa colonial donde este orientalismo despunta con más fuerza. Los valores orientales que surgieron forjaron una realidad inventada pero estable y duradera, ya que muchos de estos valores aún siguen estando presentes. En ningún momento se consideró que “las fronteras culturales son multidisciplinares, se superponen y cambian con el tiempo”[1], y es por ello que Said concluye su argumentación preguntándose qué tipo de fuerzas culturales permiten que a pesar del paso de los años, las teorías orientalistas actuales sigan estando basadas en los mismos principios que Cromer o Balfour.
El concepto de orientalismo occidental está pues basado en el conocimiento que se tiene de los orientales por parte de los occidentales que han tenido contacto con ellos y que creen conocerles tan bien como para poder extraer conclusiones certeras acerca de ellos, cuando, en realidad, a lo que están contribuyendo es a que “Oriente se vea sometido (...) a una unidad de conocimiento reduccionista”[2], mientras que Occidente adquiere la fuerza para convertirse en la raza culturalmente dominante. En los siglos XIX y XX, Occidente está convencido que el Este debe ser estudiado y analizado, siempre desde un punto de vista occidental, y todo lo que difiera de éste debe ser automáticamente corregido. A raíz de esta concepción, Occidente se hace culturalmente más fuerte con respecto a Oriente y esta dinámica hace que el propio orientalismo occidental retroalimente aún más las ansias de dominación cultural.
La expansión colonial tiene un papel muy destacado en sus aportaciones al orientalismo. Da lugar a un orientalismo que tiene su fundamento en las resoluciones de unos dirigentes occidentales cargados de intereses y convencidos de tener una sabiduría orientalista, gracias a la experiencia adquirida por dominaciones anteriores. Para ellos, sus argumentos son de peso porque éstos han sido probados mediante la observación directa, a lo largo de todo el proceso de conocimiento. A partir de estas supuestas comprobaciones se detallan unas características muy perjudiciales aplicables a todos los orientales que sentarán las bases del orientalismo occidental moderno y que condenan al oriental a pertenecer a estos patrones, sin tener en cuenta que los trasfondos culturales y la historia de cada una de las sociedades orientales no pueden representar a una única visión. Si bien algunos rasgos sí pueden ser compartidos, comunes e intrínsecos a Oriente, muchos otros serán totalmente excluyentes no sólo entre sí, sino también de Oriente.
El orientalismo es un concepto que surge desde el momento en que el mundo fue dividido en dos regiones: Occidente y Oriente. Existían diferencias entre sí que se fueron perfilando como consecuencia de los contactos existentes entre ambas civilizaciones. Fruto de estas relaciones, Oriente empezó a generar gran curiosidad y atracción, por lo que ese exotismo y curiosidad por lo extraño pasó a ser el tema recurrente para la proliferación literaria de la época. Cuando estas relaciones pasaron a ser de dominación por parte de Occidente, Oriente se convierte en objeto de estudio en el que poder analizar los conocimientos que se tenían sobre estas civilizaciones. Los especialistas de esta época inicialmente ansiaban crear una visión correcta de lo que era Oriente, pero al compararlo en términos de modernidad con Occidente, Oriente quedaba relegado a una posición de inferioridad. Se fue gestando así una relación fuerte-débil en el que claramente Occidente imponía su cultura y su política, lo que acabó manipulando por completo la caracterización que estaba haciendo de Oriente. Se fue almacenando la información (básicamente supuestas restricciones intelectuales) obtenida de este contacto para dar forma después a unas características comunes totalmente opuestas a las occidentales y fomentando así la idea que “las civilizaciones no occidentales eran inferiores y estaban atrasadas”[3]. Mediante la exposición de los particulares atributos definidos por una fuerza cultural dominante, se genera la construcción ideológica de lo que es Oriente a los ojos de Occidente, dando pie a unos estereotipos debajo de los cuales se esconden unas características del todo arbitrarias. Said denuncia que existían unas barreras impuestas a todo lo relacionado con el orientalismo por las implicaciones políticas de éste: el mundo estaba dividido entre Occidente y Oriente y existían grandes diferencias entre ambos. La cultura del primero se presuponía más fuerte y por lo tanto ésta gozaba del privilegio de interferir en la misteriosa cultura oriental. Esta es la base del orientalismo en Occidente y, por consiguiente, la supremacía de éste sobre Oriente se plantea como una verdad incontestable. Said entiende que el estudio y conocimiento de los orientales es el medio a través del cual los orientalistas obtienen un reconocimiento social en la lucha por obtener sus propios intereses. Este estudio de los orientales es la clave del orientalismo y aporta toda una serie de material dentro de una realidad social dividida en dos regiones y en tensión constante. El principal problema que se plantea es si en realidad se pueden dividir las personas en dos grupos sin generar enfrentamientos entre ambas categorías cuando el fin de esta separación es reflejar las diferencias entre unos y otros, tal y como plantea el orientalismo en Occidente. El hecho es que al hacerlo, se contribuye a aumentar más aún las diferencias, a la vez que las relaciones entre los miembros de ambos grupos se restringen, frenando cualquier opción de intercambio cultural que ofrecería el dinamismo entre ambas. El resultado de este antagonismo binario Oriente-Occidente es muy perjudicial y negativo, puesto que los valores de cada uno son muy distintos. Es a partir de estas diferencias que se crean unos juicios de valores basados en teorías muy generalizadas a las cuales se les confiere una autenticidad incuestionable y, por ello, nos creemos en el derecho de poder aplicarlas en el mundo real de las sociedades orientales de manera absoluta. Éste es sin duda el mayor obstáculo del discurso orientalista “porque puede provocar malentendidos o percepciones erróneas[4]”.
[1] FUNDACIÓ UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA. Societat i cultura a l’Àsia Oriental. Mòdul 1 - “Societat. Cultura. Àsia Oriental”. Barcelona: FUOC, 2008. Pág. 17
[2] GONZÁLEZ, Beatriz. El Orientalismo en M.Butterfly. Universidad de Castilla la Mancha . Pág. 52 (dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=2282608&orden=79386)
[3] SARDAR, Ziauddin. “M. Butterfly” en Extraño Oriente: historia de un prejuicio. Barcelona: Gedisa, 2004. Pág.22
[4] FUNDACIÓ UNIVERSITAT OBERTA DE CATALUNYA. Ibid., Pág. 21
BIBLIOGRAFÍA
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ETTMUELLER, Eliane U. Orientalismo contemporáneo: la ceación de un nuevo sistema bipolar en las Relaciones Internacionales. Madrid: UNISCI Discussion papers, nº14 - Universidad Complutense de Madrid, 2007
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